Cada pensamiento (surgido del
juego) lleva a una acción individual, que posteriormente implica un pensamiento
colectivo y por consecuencia una acción colectiva.
El
fútbol está compuesto por multitud de elementos incontrolables que conforman un
sistema. Un cambio en cualquiera de estos elementos influye en el resto de las
partes. Es por eso por lo que se debe crear una inteligencia colectiva dónde
todo el mundo responda ante lo que surge. Para ello es fundamental generar un
objetivo común, fomentando relaciones de cooperación y oposición entre los
jugadores de un equipo.
El
futbolista por instinto y también por falta de entrenamiento adecuado, suele
dirigir su atención única y exclusivamente en función del rival y del balón,
sin tener en cuenta el colectivo al que va unido y al que se enfrenta. Su
implicación no alcanza ni el 60 % (desde mi punto de vista) de los estímulos
que surgen durante un partido de fútbol. Esto implica un importante desajuste
que lleva a no poder trabajar como un bloque en situaciones en las que no se
posee el balón. Al crearse un importante desajuste cuando no tenemos la
posesión, cuando se recupera, el desajuste sigue estando presente y la
elaboración de juego se entorpece en mayor medida.
De ésta
forma la organización colectiva marca el devenir de un equipo
por encima de la superioridad individual de cada uno de los individuos que
puedan formar dicho colectivo. Nunca encontramos el éxito en “el” sino en
“ellos”.
El
mejor jugador de un equipo es el equipo en sí y la formación de un colectivo
unido a través de conexiones que van más allá del propio talento. El jugador
como ser individual dentro del colectivo debe ser una pieza inteligente y
cohesionada con el resto, con capacidad para trabajar en dirección hacia el
propio colectivo. No deben existir alternativas que puedan llevar a una
ruptura.
Como
decíamos antes, debe ser una pieza inteligente y actuar como tal. El jugador
que camina hacia el colectivo debe pensar jugando y jugar pensando. El pensar
jugando que lleva al desarrollo de la inteligencia del propio jugador aportará
organización al colectivo, ya que pensará para éste.
La
organización nos llevará a un pensamiento individual proyectado a un
pensamiento común, colectivo, en el que desde la libertad individual, cada
jugador sepa cómo reaccionar ante determinados estímulos. Los jugadores
ante un mismo estímulo reaccionarán de diferente forma en relación a su
función dentro del terreno de juego pero si pensarán de la misma forma,
pensarán desde y hacia el colectivo. Aquí se crearán las famosas “sinergias” de
las que todo el mundo ahora habla…un conjunto de causas para conseguir un
efecto superior.
Para
asentar el pensar común, se debe crear un modelo de juego con identidad propia
que permita trabajar desarrollando automatismos que se proyectarán de forma
posterior en la alternancia de la competición, una inteligencia colectiva. Esto
se debe dar bajo el desarrollo de una base zonal, que marque el sentir
colectivo.
La
inteligencia y organización colectiva creará un fútbol que
cumplirá el principio de “entereza inquebrantable".
Marco Tamarit
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